Henri Tincq-Le Monde
(Traducción completa de Teresa Bravo Gómez y Antonio Moreno de la Fuente)
Setenta años después de la guerra civil de España, la Iglesia católica, por la primera vez en su historia, va a beatificar de un solo golpe, el domingo 28 de octubre, en la plaza de S.Pedro de Roma, a 409 “mártires”: 2 obispos, 24 sacerdotes, 462 religiosos, y 7 entre diáconos, seminaristas y laicos, todos víctimas de la persecución republicana. Ellos fueron asesinados al principio de la guerra en 1936, salvo 7 que lo fueron en 1937 y 2 en 1934. “Una beatificación tan masiva no ha sido preparada para cultivar una megalomanía, explica Juan Antonio Martínez Camino, Secretario general del episcopado español. La ceremonia será grande, porque grande es la página de la historia de la Iglesia que se refleja en ella”..
El Vaticano corre el riego de despertar los demonios de la guerra civil. Entre 1987 y 2001, Juan Palblo II ya había reconocido como “mártires” a 471 víctimas, todas del campo nacional y franquista. Pero ahora que la Iglesia española está comprometida, desde hace tres años, en una prueba de fuerza con el gobierno socialista de Jose Luis Rodríguez Zapatero sobre algunas reformas de costumbres (el matrimonio homosexual, entre otras) y que este mismo gobierno desea la aprobación de una ley destinada a rehabilitar a las víctimas republicanas de la guerra civil y de la dictadura de Franco, esta beatificación masiva parece una provocación. Se esperan cientos de miles de fieles en Roma de todas las diócesis de España.
La Iglesia se defiende. Para ella, esta manifestación religiosa no tiene nada que ver con los asuntos de la política española y de las relaciones Iglesia-Estado Es una etapa de un proceso que comenzó hace muchos años y que viene a reconocer la intensidad de la persecución religiosa..
Para que un “mártir” sea beatificado o canonizado, debe aportarse como prueba el que lo mataron por “odio de la fe” (odium fiedi), fuera de toda razón política. Y debe probarse de que ha hecho milagros (uno para el beato, dos para el santo, según las normas católicas). Desde Nerón, en los orígenes del cristianismo, los grandes episodios de persecución religiosa – la Revolución francesa, la guerra anticlerical de México, la revolución bolchevique – han puesto en pie generaciones de “mártires”, hoy venerados en las Iglesias.
Según centenares de estudios consagrados al furor fraticida que se apoderó de España den 1936, al menos 6.000 sacerdotes y religiosos (de los que 13 eran obispos) fueron exterminados en zona republicana. Un 88% del clero, sólo en la diócesis de Barbastro (Aragón), cuyo obispo, Mgr Asensio Barroso, fue castrado vivo antes de ser asesinado el 9 de agosto 1936. Nueve diócesis perdieron más de la mitad de su clero. La sola pertenencia al clero era sinónimo de una ejecución sumaria. Los que pudieron escapar se refugiaron en la zona “nacional”, donde pudieron ocultarse o beneficiarse de protección. A este martirologio, es necesario añadir los incendios de iglesias y conventos, las profanaciones de altares y sepulturas… A partir de septiembre de 1936, Pic XI denunció el “odio de Dios satánico profesado por los republicanos”.
Sólo Juan Pablo II se interesó en la exaltación de tales “mártires”, erigiéndolos en modelos de virtud cristiana, pero esta lectura puramente religiosa de la guerra civil de España y de la contabilidad de sus víctimas es demasiado parcial para no dividir hoy a la opinión. Si el clero pagó un fuerte tributo a la guerra, los horrores y las víctimas pertenecen a los dos campos. Según los trabajos históricos más recientes, los republicanos fueron responsables de 85.000 ejecuciones, de las que 75.000 lo fueron durante el verano del 1936. Los “nacionales” son responsables al menos de 40.000 ejecuciones.
La propia opinión católica no es unánime ante este culto a los “mártires”, juzgado delirante por algunos. Una red de 145 grupos y comunidades se pronuncian contra esta beatificación masiva. Entienden, por ejemplo, que la Iglesia no hace gran caso de los sacerdotes vascos fusilados por los franquistas en razón de sus simpatías republicanas..
Sobre esta actitud parcial, el episcopado se defiende en un dossier titulado “El siglo de los mártires y la persecución religiosa de España (1934-1939)”. Para él, los 498 beatificados no son mártires de la guerra civil: “Esto sería cronológica y técnicamente falso”. Son mártires de la persecución religiosa. Ellos fueron asesinados porque eran religiosos, no porque pertenecieran al campo nacional o franquista, Y los obipos añaden: “Las guerras tienen su lote de muertos en cada lado. Las represiones políticas tienen sus lotes de víctimas por una y otra parte. Sólo las persecuciones religiosas tienen mártires de una ideología y de la otra”.
Esta distinción es demasiado sutil para ser comprendida por una sociedad secularizada como la de España que, después de los años del “pacto del olvido” (“echar al olvido”) destinado a proteger a lo joven democracia posfranquista, dista mucho de haber terminado con su trabajo de la Memoria. A diferencia del Terror revolucionario en Francia, de las persecuciones anticlericales en México y la URSS, “no hubo en España un plan concertado y organizado de persecución anticlerical”, señala el historiador Benoit Pellistrandi. Aunque la llegada de la segunda República en España, en 1931, equivalía de hecho a una separación brutal en la Iglesia y el Estado.
Pellistrandi añade: “La mayor parte de los asesinatos de sacerdotes y religiosos tuvieron lugar en agosto, septiembre, octubre del 1936, en el momento en que el aparato del Estado se desmorona y da lugar a los ajustes de cuentas de pueblos y barrios, donde han desaparecido tanto los representantes republicanos, humanistas y laicos, como los párrocos”.
A principios de siglo, obispos y sacerdotes dirigieron una incansable “cruzada” contra la corriente laica y republicana de España. Un ensayo general anterior al que el ejército franquista decreta contra “la chusma roja”. En 1938, en Santiago de Compostela, el general franquista Moscardo se arrodila: “Delante de ti, Santigao, que nos diste valor y ánimo en los momentos penosos de la guerra y que guías al Generalísimo, nosotros venimos a proclamar nuestras convicciones católicas y nacionales frente a las negaciones judaizantes y cosmopolitas” .
Los obispos españoles pretenden hoy que “los mártires muertos perdonando (a sus enemigos) son la mejor prenda de animo para la reconciliación”. Sin embargo, a pesar de de los esfuerzos de un cardenal Tarancón (1907-1994), primado de España que jugó un gran papel en la fase de la transición, después de la muerte de Franco, y puso a la Iglesia conservadora de su país en los raíles del concilio Vaticano II (1962-1965), jamás la jerarquía católica ha hecho el menor gesto de arrepentimiento. Como escribe el colectivo que impugna la ceremonia romana del 28 de octubre, es porque la Iglesia nunca ha pedido perdón que “estas beatificaciones son inoportunas, discriminatorias y manifiestan la incapacidad de la jerarquía a revisar sus posiciones de hace setenta años”.
Enlaces interesantes: http://www.redescristianas.net/index.php?s=498+martires
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